Los turistas pululan y se hace difícil
encontrar un punto en el mapa en donde la tranquilidad sea parte del
lugar. No significa que el silencio se haya quedado mudo sino que
simplemente es necesario alejarse para lograr darse cuenta que
también puede estar presente y formar parte.
Es entonces Roma el lugar donde los
mapas quedan obsoletos. Caminar sin rumbo, encontrarse por
casualidad, participar del gran museo y dejarse enamorar. Creo va por
ahí.
Dos planos superpuestos y perfectamente
integrados. Uno antiguo y la ciudad propiamente dicha. Uno sobre el
otro, se combinan, se recorren y se vuelven uno conformando de ésta
forma: “la ciudad más linda del mundo” según criterios locales
que no logran escapar de la subjetividad. Y la mía que comparte y le
guiña el ojo.
Basta perderse por unos minutos para
que la antigüedad se interponga en tu camino. Y su lectura,
cuidadosamente planificada: un primer encuentro desde las alturas,
momento de contemplar y asombrarse de lo magnífico de las
construcciones para luego adentrarse y dejarse impresionar por la
contundencia, la rotura, situarse en la época y esquivar algunos
turistas también.
Hay lugares en Roma que no puedes dejar
de ver. Esos que no se disfrutan gracias las multitudes que concurren
constantemente, tu también estas aportando no lo olvides. Hay
lugares en Roma que probablemente no verás. Intenta encontrarlos
porque ahí es donde la ciudad se desentiende de los extranjeros y
ofrece lo más cotidiano y tradicional de su gente. Camina por la
noche para sentir la tranquilidad del aire que corre. Pasa un buen
rato en el balcón de tu apartamento, durante el día la ruidosa Roma
aturdirá mientras disfrutas de un trago y tus amigos.
La abuela de compras y los
contenedores, las remeras apretadas y la caravana en la oreja
izquierda, alguna fiesta escondida y el almacén que vende cerveza,
peinados con gel y el transporte público casi muerto por las noches.
Los jóvenes que se juntan sin importar que día de la semana sea,
plazas repletas de conversaciones bien al centro y los italianos
celosos de sus mujeres. Un poco más lejos, barrios silenciosos,
iluminados por los bares que se vuelven punto de encuentro en lugares
fuera del marco.
El veterano borracho que se acoda en la
barra durante todo el día es lo único que falta para sentirse, por
momentos, muy cerca de casa.
Matiolo
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