viernes, 2 de noviembre de 2012

LA CIUDAD MAS LINDA DEL MUNDO

Los turistas pululan y se hace difícil encontrar un punto en el mapa en donde la tranquilidad sea parte del lugar. No significa que el silencio se haya quedado mudo sino que simplemente es necesario alejarse para lograr darse cuenta que también puede estar presente y formar parte.

Es entonces Roma el lugar donde los mapas quedan obsoletos. Caminar sin rumbo, encontrarse por casualidad, participar del gran museo y dejarse enamorar. Creo va por ahí.

Dos planos superpuestos y perfectamente integrados. Uno antiguo y la ciudad propiamente dicha. Uno sobre el otro, se combinan, se recorren y se vuelven uno conformando de ésta forma: “la ciudad más linda del mundo” según criterios locales que no logran escapar de la subjetividad. Y la mía que comparte y le guiña el ojo.
Basta perderse por unos minutos para que la antigüedad se interponga en tu camino. Y su lectura, cuidadosamente planificada: un primer encuentro desde las alturas, momento de contemplar y asombrarse de lo magnífico de las construcciones para luego adentrarse y dejarse impresionar por la contundencia, la rotura, situarse en la época y esquivar algunos turistas también.



Hay lugares en Roma que no puedes dejar de ver. Esos que no se disfrutan gracias las multitudes que concurren constantemente, tu también estas aportando no lo olvides. Hay lugares en Roma que probablemente no verás. Intenta encontrarlos porque ahí es donde la ciudad se desentiende de los extranjeros y ofrece lo más cotidiano y tradicional de su gente. Camina por la noche para sentir la tranquilidad del aire que corre. Pasa un buen rato en el balcón de tu apartamento, durante el día la ruidosa Roma aturdirá mientras disfrutas de un trago y tus amigos.

La abuela de compras y los contenedores, las remeras apretadas y la caravana en la oreja izquierda, alguna fiesta escondida y el almacén que vende cerveza, peinados con gel y el transporte público casi muerto por las noches. Los jóvenes que se juntan sin importar que día de la semana sea, plazas repletas de conversaciones bien al centro y los italianos celosos de sus mujeres. Un poco más lejos, barrios silenciosos, iluminados por los bares que se vuelven punto de encuentro en lugares fuera del marco.

El veterano borracho que se acoda en la barra durante todo el día es lo único que falta para sentirse, por momentos, muy cerca de casa.  

Matiolo

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