Hace ya cuatro noches que estoy en
Londres, ciudad del turista por excelencia. Tan grande, con tanto
para hacer, con historia, arquitectura, marcadas costumbres, logró
aburrirme más rápido de lo que hubiera pensado. Camino por la calle
y no logro distinguir quien es nativo y quien no, quizás eso sea
Londres. No dudo que la proximidad a los juegos olímpicos atente
contra la identidad del lugar pero es ahora cuando me toca vivir esta
ciudad y sinceramente, me quedo con las películas. En este momento
histórico considero no vale lo que cuesta, y me vuelvo materialista.
Se me hace muy difícil encontrar
virtudes que no sean materiales. Reconozco la magnitud de las
construcciones, la disposición laberíntica (medieval) de la ciudad
que tiene muy pocas, si es que llegan a ser pocas, calles paralelas
pero, en lo personal, es necesario más que eso.
A las 17:00 hs. no se toma el té, como
mucho un café en Statbucks; los paraguas tecnológicos con mangos
ergonómicos se acercan más a un accesorio de camping o trekking que
a lo que los libros me hicieron creer; la lluvia es inolora. En fin,
creo que aprendí algo que pensé ya sabía, trataré de borrar
todo tipo de prejuicio para mi próximo destino. ¡Gracias Londres!
No creo sea casualidad que las cosas
más interesantes que me sucedieron poco tuvieron que ver con
cuestiones locales sino que adjudico todo el mérito a inmigrantes y
artes importadas.
Me hablaron de hinduismo y me incitaron
a leer e informarme acerca de ello en detalles que complementan muy
bien mi pasaje por India y Nepal; me mostraron el significado de
símbolos y como utilizarlos; me hablaron de budismo y como se
practica hoy en día; me mostraron el arte Benin ante el cual me saco
el sombrero por su genialidad. Logró movilizarme la obra “tree of
life” la cual destaco particularmente.
En fin, Londres parece ser eso y
pienso...¿Cómo una ciudad vende lo que no parece tener? ¿ La
publicidad habrá llegado tan lejos? ¿O simplemente el tiempo pasó,
los hooligans murieron y la lluvia constante enfrió un pueblo al
punto de dejarse invadir cuando creía el invadido era yo?
Sea como fuera, los ómnibus siguen
siendo rojos, de dos pisos y el acento inglés dos por tres hace
música en mis oídos.
Londres cosmopolita, de todos colores,
de todos los idiomas, ingenuo yo al pensar en tonos de azul, grises
húmedos y negros. Londres a la moda, vestido con ropas que creía
talladas para New York; Londres de antiguas construcciones,
maravillosas, ordenadas en las desalineadas prolijas calles; Londres
de los numerosos adornos, transportes, cabinas telefónicas, faroles,
ladrillo que nadie se atreve a intervenir. O simplemente a nadie le
interesa y en un acto de respeto prefieren hacerlo con ellos mismos.
Londres primer mundo, del extremadamente globalizado, con
espectáculos acordes a la circunstancia, con infinitos admiradores y
otros tantos como yo. Centro cultural y punto de encuentro. Una
ciudad que admiro en lo material.
Creo podría haber hecho un análisis
un poco más objetivo pero no me dio la gana. Siento la necesidad de
cerrar este capítulo con el mismo tono que abre y se desarrolla
aunque no es mi intención generar una impresión negativa del lugar
sino que simplemente vincularme y referenciarme perdido por ahí,
observando, sin miradas devueltas pero si con mucha historia para
digerir... se cierra el telón.
Matiolo
joer que valor le echáis!!!felicidades y un saludo.
ResponderEliminarJuajuajuajua
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