Luego de la “Underground City” en
Turquía, lo más parecido a una caverna que vi.
Una puerta negra con un letrero blanco,
desapercibida, es todo lo que se logra ver desde la calle. A muy bajo
volumen, música en vivo, Los Beatles suenan en instrumentos de
fanáticos e invitan a entrar. Oscuridad y una escalera hacia abajo
es la bienvenida a un lugar que por su historia, a esa altura, ya
erizaba la piel.
Tras el primer descanso continúa otra
escalera. Luego del segundo, otra. Y otra; y otra. No recuerdo bien
cuantos pisos tuve que bajar pero tengo presente la música que subía
de volumen a medida que avanzaba y conjuntamente con ella,
incertidumbre con algo de emoción.
Ahí estaba, una gran barra llena de
gente y la música ahora altísima. Tres amplios corredores componían
el lugar. El del medio, el más grande, en donde al fondo el
escenario ocupaba todo su ancho.
Los dos laterales, separados del
central por grandes arcos, contenían mesas y sillas contrastando con
el amplio espacio intermedio desde donde la música se apreciaba de
pie, salvo por algunos pocos que vaya a saber uno cuanto tiempo
llevaban sentados ahí delante.
Luces tenues, de colores, daban clima
un tanto oscuro pero cálido mientras hacían perder referencia del
momento del día que corría. En la caverna, siempre es de noche.
Las rugosas paredes cubiertas de firmas
de visitantes, en donde ahora está la mía también, dan lugar a
numerosos afiches de artistas que quizás por allí hayan pasado en
algún momento y reserva generosos espacios en donde, detrás de
vidrios, se encuentran instrumentos de reconocidos músicos. Al otro
lado de la vitrina más grande, Los Beatles presentes.
Entre boliche y museo, la energía del
lugar atrapa y hace muy difícil la decisión de irse. Entre cerveza
y cerveza la gente canta los temas que parecieran ser obligatorios
para los diversos intérpretes que, uno tras otro, ocupan el
escenario.
Ya no hay espacio para nuevos artistas
en The Cavern, Los Beatles sellaron el destino del lugar que vive de
turistas agradecidos de poder estar ahí.
Al costado de la barra, un nuevo
espacio se extiende y da lugar al merchandising. Infinidad de
artículos relacionados se exponen en venta y debo reconocer que es
muy difícil no tentarse.
Varias horas pasamos allí sentados,
acompañando la música con alguna cerveza, sintiendo la energía,
tratando de encontrar explicación a tal mágica atmósfera,
disfrutando cada segundo, rememorando e imaginando. Los Beatles
todavía están tocando en el histórico antro.
Matiolo
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