Berlín es un tipo jodido. Muchos años
reprimido, coartado de libertad en medio de lenguas que no
comprendía. Encadenaron su alma encerrada a la intemperie y lo
privaron del agua al vendarle los ojos con cemento. Ceguera blanca en
medio de colores que camuflan y la gorra autoritaria.
Diariamente camina por la ciudad sin
rumbo aparente y parece disfrutarlo. Se mezcla entre los turistas y
no logra mimetizarse. Su pasado lo persigue y lo condena, un montón
de historias que en forma de mochila lleva en su espalda. Su mejor
amiga. Le es muy difícil separarse de ella.
Es necesario conocerle bien para notar
que su descuidado aspecto no podría sentarle mejor a otra persona,
que con su imagen, ahorra muchas palabras. Y no es que no le guste
hablar sino que por el contrario, pasa días enteros contando su
experiencia a extraños dispuestos a escuchar.
Sincero, humilde, dispuesto, viste sus
húmedas zapatillas, desgastadas por el tiempo y los kilómetros, por
el barro y el agua, sudor y polvo que se eleva en saltos y corridas.
Pantalones de jean y carne cubren sus
delgadas piernas, largas y ágiles en algunas ocasiones, cansadas y
débiles en muchas otras. Dignas de quién sabe esperar y no
desespera. Una mancha por cada caída, un agujero por cada
renacimiento. La remera que perdió el color, descosida y un poco
estirada, cubre su más preciado tatuaje, ese que dibuja en cada
pared, en cada muro, en los más oscuros rincones de la ciudad que le
pertenece.
Por las noches deambula, se pierde
entre callejones ilustrados, rotos por los punks, la historia y
alguna que otra familia modelo. Pide un cigarro, el trago entre sus
curtidas manos necesita un compañero, tiene fuego, viejo consumista
pisoteado por el vicio.
Aturdido de información encuentra
silencio en una plaza, festeja y armoniza los sonidos, se sienta en
el banco más solitario o se tira en el pasto, cierra los ojos. Esta
vez prefirió la tranquilidad pues su cuerpo no daba más.
Diariamente camina por la ciudad sin rumbo aparente y parece
disfrutarlo. Cae la noche, se acopla al paisaje y se delira. En
el fondo, lleva la vestimenta de un caballero, perfecto emisor del
respeto y la rotura.
Matiolo
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