Una gran masa de bloques grises
regulares se extiende a lo largo del terreno. Desde lejos, amuchados
y a distintas alturas, a veces rompen levemente la perpendicularidad
con el suelo, ocupan todo el espacio y arrojan sombra el uno sobre el
otro. Gran reunión.
Desde cerca, la perspectiva cambia, los
bloques se forman en perfectas filas y columnas, cementerio o métodos
militares conforman al gran laberinto.
Un espacio público que lentamente
comienza a moldear el suelo, desciende y da altura a los enormes
mojones que se elevan y cubren al sol.
Al recorrerlos, una gran angustia
desorienta y da impresión de nunca lograr salir. Al alcanzar alguna
de las infinitas intersecciones, tres opciones se presentan y el
tiempo de tomar decisiones no es suficiente. Es así como el azar y
el instinto se vuelven parte del juego, es así como la velocidad
aumenta en medio de figuras humanas que aparecen y desaparecen por
todos lados, es así como nos volvemos tan parte como lo demás.
Partícipe de la cacería en donde mirar al costado y seguir, ver a
alguien que hace lo mismo y seguir, que las miradas se crucen y
seguir, que se crucen de nuevo y no verlo nuevamente. Y el intento
fallido de encontrar a esa persona.
Una niña aparece a mi izquierda, tres
o cuatro filas a lo lejos, inclina su cabeza, cautelosa y nerviosa,
como revisando. Sus ojos se clavan en los míos y sin detener su paso
apresurado desaparece. Dos más hicieron lo mismo, esta vez no eran
niños y el sentido era opuesto. Las barreras del tiempo se rompen,
se siente persecución y desconcierto. Vulnerabilidad y angustia en
un lugar cargado de conceptualidad. Tan didáctico como dramático,
algunos juegan a las escondidas mientras otros se encuentran en
pensamientos aterradores. Lo estático más sólido que nunca entre
figuras borrosas y confusas que pasan y ríen. El destello de una
silueta deformada por la velocidad y el asombro entre soldados o
tumbas erguidas que se vuelven gigantes.
Es la primera vez que un arquitecto
logra erizarme la piel con su obra. Es que no era simplemente un
arquitecto. Era americano del lado americano, era victima, era
hermano. Era parte.
Uno de los tantos capaces de
sensibilizarse y darle a su obra un alto valor conceptual en donde
todo es justificado a través de formas y espacios. Puedo ver al
artista llorando al contemplar su obra una vez concebida; o bien
muerto de risa.
Matiolo
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ResponderEliminartremendo.
ResponderEliminarEmoción a flor de piel...
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