lunes, 23 de julio de 2012

DETRÁS DEL TELÓN

Hace ya cuatro noches que estoy en Londres, ciudad del turista por excelencia. Tan grande, con tanto para hacer, con historia, arquitectura, marcadas costumbres, logró aburrirme más rápido de lo que hubiera pensado. Camino por la calle y no logro distinguir quien es nativo y quien no, quizás eso sea Londres. No dudo que la proximidad a los juegos olímpicos atente contra la identidad del lugar pero es ahora cuando me toca vivir esta ciudad y sinceramente, me quedo con las películas. En este momento histórico considero no vale lo que cuesta, y me vuelvo materialista.

Se me hace muy difícil encontrar virtudes que no sean materiales. Reconozco la magnitud de las construcciones, la disposición laberíntica (medieval) de la ciudad que tiene muy pocas, si es que llegan a ser pocas, calles paralelas pero, en lo personal, es necesario más que eso.
A las 17:00 hs. no se toma el té, como mucho un café en Statbucks; los paraguas tecnológicos con mangos ergonómicos se acercan más a un accesorio de camping o trekking que a lo que los libros me hicieron creer; la lluvia es inolora. En fin, creo que aprendí algo que pensé ya sabía, trataré de borrar todo tipo de prejuicio para mi próximo destino. ¡Gracias Londres!

No creo sea casualidad que las cosas más interesantes que me sucedieron poco tuvieron que ver con cuestiones locales sino que adjudico todo el mérito a inmigrantes y artes importadas.
Me hablaron de hinduismo y me incitaron a leer e informarme acerca de ello en detalles que complementan muy bien mi pasaje por India y Nepal; me mostraron el significado de símbolos y como utilizarlos; me hablaron de budismo y como se practica hoy en día; me mostraron el arte Benin ante el cual me saco el sombrero por su genialidad. Logró movilizarme la obra “tree of life” la cual destaco particularmente.

En fin, Londres parece ser eso y pienso...¿Cómo una ciudad vende lo que no parece tener? ¿ La publicidad habrá llegado tan lejos? ¿O simplemente el tiempo pasó, los hooligans murieron y la lluvia constante enfrió un pueblo al punto de dejarse invadir cuando creía el invadido era yo?
Sea como fuera, los ómnibus siguen siendo rojos, de dos pisos y el acento inglés dos por tres hace música en mis oídos.

Londres cosmopolita, de todos colores, de todos los idiomas, ingenuo yo al pensar en tonos de azul, grises húmedos y negros. Londres a la moda, vestido con ropas que creía talladas para New York; Londres de antiguas construcciones, maravillosas, ordenadas en las desalineadas prolijas calles; Londres de los numerosos adornos, transportes, cabinas telefónicas, faroles, ladrillo que nadie se atreve a intervenir. O simplemente a nadie le interesa y en un acto de respeto prefieren hacerlo con ellos mismos. Londres primer mundo, del extremadamente globalizado, con espectáculos acordes a la circunstancia, con infinitos admiradores y otros tantos como yo. Centro cultural y punto de encuentro. Una ciudad que admiro en lo material.

Creo podría haber hecho un análisis un poco más objetivo pero no me dio la gana. Siento la necesidad de cerrar este capítulo con el mismo tono que abre y se desarrolla aunque no es mi intención generar una impresión negativa del lugar sino que simplemente vincularme y referenciarme perdido por ahí, observando, sin miradas devueltas pero si con mucha historia para digerir...         se cierra el telón.


































Matiolo

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