sábado, 22 de septiembre de 2012

EL SEÑOR BERLÍN



Berlín es un tipo jodido. Muchos años reprimido, coartado de libertad en medio de lenguas que no comprendía. Encadenaron su alma encerrada a la intemperie y lo privaron del agua al vendarle los ojos con cemento. Ceguera blanca en medio de colores que camuflan y la gorra autoritaria.

Diariamente camina por la ciudad sin rumbo aparente y parece disfrutarlo. Se mezcla entre los turistas y no logra mimetizarse. Su pasado lo persigue y lo condena, un montón de historias que en forma de mochila lleva en su espalda. Su mejor amiga. Le es muy difícil separarse de ella.
Es necesario conocerle bien para notar que su descuidado aspecto no podría sentarle mejor a otra persona, que con su imagen, ahorra muchas palabras. Y no es que no le guste hablar sino que por el contrario, pasa días enteros contando su experiencia a extraños dispuestos a escuchar.
Sincero, humilde, dispuesto, viste sus húmedas zapatillas, desgastadas por el tiempo y los kilómetros, por el barro y el agua, sudor y polvo que se eleva en saltos y corridas.
Pantalones de jean y carne cubren sus delgadas piernas, largas y ágiles en algunas ocasiones, cansadas y débiles en muchas otras. Dignas de quién sabe esperar y no desespera. Una mancha por cada caída, un agujero por cada renacimiento. La remera que perdió el color, descosida y un poco estirada, cubre su más preciado tatuaje, ese que dibuja en cada pared, en cada muro, en los más oscuros rincones de la ciudad que le pertenece.
Por las noches deambula, se pierde entre callejones ilustrados, rotos por los punks, la historia y alguna que otra familia modelo. Pide un cigarro, el trago entre sus curtidas manos necesita un compañero, tiene fuego, viejo consumista pisoteado por el vicio.
Aturdido de información encuentra silencio en una plaza, festeja y armoniza los sonidos, se sienta en el banco más solitario o se tira en el pasto, cierra los ojos. Esta vez prefirió la tranquilidad pues su cuerpo no daba más. Diariamente camina por la ciudad sin rumbo aparente y parece disfrutarlo. Cae la noche, se acopla al paisaje y se delira. En el fondo, lleva la vestimenta de un caballero, perfecto emisor del respeto y la rotura.

Matiolo

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