miércoles, 19 de septiembre de 2012

MEMORIAL AL HOLOCAUSTO JUDÍO

Una gran masa de bloques grises regulares se extiende a lo largo del terreno. Desde lejos, amuchados y a distintas alturas, a veces rompen levemente la perpendicularidad con el suelo, ocupan todo el espacio y arrojan sombra el uno sobre el otro. Gran reunión.
Desde cerca, la perspectiva cambia, los bloques se forman en perfectas filas y columnas, cementerio o métodos militares conforman al gran laberinto.
Un espacio público que lentamente comienza a moldear el suelo, desciende y da altura a los enormes mojones que se elevan y cubren al sol.
Al recorrerlos, una gran angustia desorienta y da impresión de nunca lograr salir. Al alcanzar alguna de las infinitas intersecciones, tres opciones se presentan y el tiempo de tomar decisiones no es suficiente. Es así como el azar y el instinto se vuelven parte del juego, es así como la velocidad aumenta en medio de figuras humanas que aparecen y desaparecen por todos lados, es así como nos volvemos tan parte como lo demás. Partícipe de la cacería en donde mirar al costado y seguir, ver a alguien que hace lo mismo y seguir, que las miradas se crucen y seguir, que se crucen de nuevo y no verlo nuevamente. Y el intento fallido de encontrar a esa persona.

Una niña aparece a mi izquierda, tres o cuatro filas a lo lejos, inclina su cabeza, cautelosa y nerviosa, como revisando. Sus ojos se clavan en los míos y sin detener su paso apresurado desaparece. Dos más hicieron lo mismo, esta vez no eran niños y el sentido era opuesto. Las barreras del tiempo se rompen, se siente persecución y desconcierto. Vulnerabilidad y angustia en un lugar cargado de conceptualidad. Tan didáctico como dramático, algunos juegan a las escondidas mientras otros se encuentran en pensamientos aterradores. Lo estático más sólido que nunca entre figuras borrosas y confusas que pasan y ríen. El destello de una silueta deformada por la velocidad y el asombro entre soldados o tumbas erguidas que se vuelven gigantes.

Es la primera vez que un arquitecto logra erizarme la piel con su obra. Es que no era simplemente un arquitecto. Era americano del lado americano, era victima, era hermano. Era parte.
Uno de los tantos capaces de sensibilizarse y darle a su obra un alto valor conceptual en donde todo es justificado a través de formas y espacios. Puedo ver al artista llorando al contemplar su obra una vez concebida; o bien muerto de risa.

Matiolo

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