lunes, 4 de junio de 2012

CIUDAD PROHIBIDA

Por fin Beijing logró ofrecerme algo que no fuera su extraña forma de vivir y sus rudas maneras de hacer las cosas. Por fin logró deslumbrarme y transportarme a otra época, de la cual no estoy informado pero jugando en mi cabeza logro imaginar muchísimas cosas. Imagino las monumentales construcciones como extensión de lo que sucedía y es así como creo estar bastante orientado.
Una gran muralla roja establecía el límite de la cuidad prohibida, palacio imperial construido entre 1406 y 1420, desde la dinastía Ming a la dinastía Qing. Un gran templo cortaba la continuidad del muro que con una gran imagen de Mao, quién trajo el comunismo al país, oficiaba de entrada a una interminable cadena de construcciones. De seguro tienen la capacidad de impresionar a casi que cualquiera.

Tras cruzar el muro, un enorme patio de adoquines y cemento daban lugar al comercio y la dispersión. Su única salida, frente por frente a la entrada, un templo muy grande, lleno de ornamentos y colores. Entre los altos muros las opciones eran claras: seguir adentrándose o salir.
El cuidado por los detalles, las figuras y elementos que ornamentaban cada uno de los rincones, el juego de luces y sombras, los brillantes materiales, tan monumental. El contraste entre planos horizontales y verticales hacían del espacio algo verdaderamente dinámico y artístico.
Los colores en las paredes contra los grises del suelo, la planicie contra los infinitos relieves, lo duro y lo sólido contra contra las lineas curvas que dibujaban fachadas enteras.
Lo que antes conformaba una cuidad entera ahora y con el transcurso del tiempo logró convertirse en una obra de arte.

Al cruzar el primer templo el paisaje era muy similar. Un gran patio y otro gran templo. Rojos, amarillos, verdes y azules eran los colores que lo decoraban, de igual forma que al anterior. Este patio se mostraba casi idéntico que al primero... y al tercero... quizás al cuarto.
Lo cierto es que uno pierde la cuenta de cuantas capas atravesó; la dinámica es siempre la misma: un patio cuya única salida es otro patio... entre ellos, grandes templos que de a poco y muy sutilmente se van haciendo cada vez más grandes.
La combinación de colores le daba al lugar una personalidad tan fuerte que suena lógico que en la actualidad no hayan logrado desprenderse del todo. Innumerables arabescos contrastando entre ellos y generando profundidades muy cuidadosamente trabajadas. Rara vez predomina el azul siendo éste el color utilizado para destacar algunos detalles. El resto, se mezclan de todas las formas posibles.

Luego de quién sabe cuantos patios con sus templos habíamos cruzado llegamos a otra construcción, bastante más grande, con sus puertas abiertas pero valladas, esta vez solo se podía cruzar a través de caminos laterales.
Claramente estábamos por ingresar a una zona más restringida que las que ya habíamos transitado, en donde de seguro unos pocos tenían el permiso de esta allí. Un quiebre en medio de una continuada lógica, las construcciones junto a la disposición de las cosas nos indicaban que a partir de allí sería diferente, que se clasificaba y seleccionaba a quienes estarían de un lado y del otro... o ni siquiera en alguno de ellos.
El sol, que pegaba violentamente contra el suelo de los patios y no ofrecía ni un poquito de sombra, era apagado completamente dentro del templo que lograba en su interior una oscuridad casi que total. La frescura que se sentía desde sus puertas era reconfortante.

Las diferencias luego de este punto comenzaron a ser mucho más notorias. Ahora los patios tenían puentes con canales de agua que los atravesaban, numerosos desniveles y desaparecían los muros constantes dando lugar a varias construcciones que limitaban los espacios. Lo que antes era un templo enorme ahora formaba parte de un conjunto de construcciones lideradas por santuarios aún más grandes. Sobre sus techos curvados se veían palacios mucho más altos que se extendían hasta el alcance de la visibilidad.

Creo en ese momento caí en conciencia de la enormidad de esa antigua cuidad en donde imaginé unos pocos merodeando, justamente o no, solo los que tenían el derecho a acceder.
Los patios que parecían destinados al comercio ahora me dejaban imaginar guerreros entrenando, reuniones militares y algunos niños, futuros soldados, corriendo por los alrededores, yo era uno de ellos; el emperador, en lo más alto de las numerosas escaleras que no paraban de elevar la cuidad.

El paisaje era perfecto... un lugar en medio del año 2012 que únicamente con colores, formas y materiales me dejaba entrar en un mundo antiguo, atrapante, muy diferente a lo que alguna vez imaginé imaginar. La vida de ese lugar, cotidiana, de comerciantes y guerreros, de sabios y emperadores. Se sentía la historia en los huesos, latente, que a través de ese entorno lograba ponerme la piel de gallina.
Caminar por los patios, no sentir el derecho de entrar a los santuarios más grandes, el sol y el polvo, lo antiguo y magnífico.

Hasta ahí llegamos, el turismo invadió y pienso...
Si en las iglesias occidentales “cobran”, ¿cómo no van a cobran en esa obra de arte tan bien concebida?
Salimos por una de las salidas, solo salida, laterales y recorrimos los suburbios... volvió la mugre, los olores, el regateo, los espacios reducidos y todas esas cuestiones chinas.

Claramente logramos ver como se organizaba el poder y como éste organiza y selecciona al pueblo. Los más poderosos en lugares inaccesibles y hacia afuera...un degradé de clases sociales: de la más alta hasta la decadencia absoluta. Nada muy diferente a la actualidad pero sin duda que mucho más claro y literal.


Matiolo

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