martes, 8 de mayo de 2012

MIST TRAIL

Abandonamos el auto por unas horas luego de recorrer algunas zonas del Yosemite National Park desde las cuales obtuvimos vistas que lograron llenar el cuerpo de aire.
Una gran valle entre montañas llenas de verde, árboles ordenados y desordenados, de entre las piedras: agua que caía en forma de cascada generaba sonidos constantes, monótonos, atrapante. Exceso de vida que ahora competía contra sí misma buscando demostrar cual de todos los tipos predomina sobre el otro.

Comenzamos a subir... desde lo más profundo del valle, limitado por rocas tan altas como edificios que dejaban pasar el sol pero solo por algunas horas.
El camino surgía de entre los árboles y era muy rústico, se notaba la manipulación del hombre pero solo lo necesario como para poder ser transitado. El clima cambió de inmediato.
Pasamos de estar en un ambiente fresco, con mucho calor fuera de la sombra, a otro completamente húmedo y dominado en cierto sentido por insectos.

Ya pasado el mediodía el sol saltaba sobre nuestras espaldas que de a ratos salían del asedio de los árboles para trepar caminos llenos de rocas ardidas de calor.
A nuestra derecha, la tierra descendía y daba lugar a una interminable cantidad de árboles que se extendían a través de una violenta corriente de agua. Rocas mojadas y algunos árboles caídos eran los obstáculos que se interponían en el afán de los rápidos por llegar a la zona más enterrada del valle.

Seguimos adentrándonos y las grandes paredes ahora estaban lejos, por momentos solo se lograban ver ramas entre las ramas, el ambiente tupido de sombra nos había tragado por completo mostrándonos los lugares más oscuros a plena luz del día. Aquí respiré el aire más fresco que alguna vez haya probado. Los árboles se inclinaban sobre el camino formando un colchón de hojas arriba nuestro. Deseaban tanto el agua como nosotros estar ahí.

En determinados lugares la luz lograba burlar al verde y salpicaba de manchas brillantes todo lo que impedía su paso: el camino, las rocas, nuestras caras deslumbradas por el contexto, ardillas, aves y si se hubiera cruzado un oso también.
Resulta que aunque conocíamos como debíamos reaccionar frente a un oso, en el fondo no queríamos tener que aplicar esa vaga información de dos renglones que habíamos estudiado de los numerosos carteles a lo largo de la contante y natural subida. Me cuesta creer que dos simples renglones sean suficientes para ahuyentar tal animal.

Creo que fue interesante sentirse tan indefenso por momentos, a merced de lo que se presente, con pocas probabilidades de comunicación, manejando códigos extraños a nosotros y que por algún motivo son ajenos a nuestras costumbres... aunque no siempre.

Continuamos subiendo, a lo lejos se lograba ver como surgía una cortina de agua de entre las rocas, interminable, constante, violenta, sus gritos siempre presentes daban ambiente a los infinitos sonidos que la naturaleza desprendía.
Hacia allá íbamos, hacia allá nos llevaba el camino.

A los pies de algo que no sabría como catalogar, precipicio o descenso, seguía siempre fiel a nuestra derecha el agua que corría muy rápido tras ser retrasada por enormes rocas que se volvían mucho más contundentes a nuestra izquierda. Los árboles aprendieron a agarrarse casi que de cualquier cosa. Recuerdo un árbol abrazando una gran roca con sus raíces, firme, poderoso.

A medida que avanzábamos el sonido del agua se hacía más fuerte y lentamente fue apagando todo lo que sucedía a su alrededor.
Minutos más tarde, ya sobre un pequeño puente que espejaría todo el paisaje al cruzarlo, la música ensordecía y mostraba toda su hostilidad al golpear con mucha violencia a las pobres rocas que luchaban por no desprenderse.
Pasamos un rato sobre él. No dejaba de impresionarme el agresivo sonido de los rápidos cuando venían, desde un lado del puente, y la tranquilidad al irse, del otro lado, como si estuvieran agradeciendo a las rocas por dejarles pasar.

Cruzamos el puente y junto con él dejamos atrás un clima muy suave, en comparación, para adentrarnos en algo mucho más contundente. La humedad era cada vez mayor y el aire ahora más espeso no se dejaba respirar con tanta facilidad.
Llenamos botellas enteras con agua extraída directamente de la cascada que dejaba de ser distante y comenzaba a mojarnos. Era tan rica que se nos terminó en pocos minutos.

Desde aquí se lograba ver el punto exacto desde donde la cascada comenzaba a llamarse de esa forma y nos fue inevitable continuar. Ya habíamos ascendido un buen rato y sabíamos que nos quedaba aun más. La excitación por el paisaje era tan grande que no fue necesario hablar para concluir que seguiríamos hasta la cima.
Las rocas comenzaron a predominar y esta vez, a esa altura, vestían de un musgo bien verde forrando al paisaje de ese color. Por momentos eran grandes paredes aunque siempre habían grupos que se desprendían formando, si yo fuera un oso, cuevas perfectas para dormir.

Estábamos muy cerca de la cascada, el agua viajaba en todas direcciones y ahora mojaba con mucha actitud. Nos resguardamos bajo las rocas que gracias a su disposición se podían interpretar como un gran portón de entrada seguido de probablemente decenas de escalones tallados en la piedra que te acompañaban hasta la cima.
El suelo mojado, al igual que nosotros, protagonizó este último tramo, el más peligroso.
El agua era muy fría y los pocos rincones donde no llegaba, el viento se encargaba de hacer que la mejor opción sea quedar al descubierto, sin posibilidad de no mojarse.

Comenzamos a subir, escalón tras escalón, tras escalón...
Logramos estar por encima del arcoiris que se formaba casi en la cima del valle. Es la primera vez que logro ver desde donde nace un arcoiris y comprobé que no hay duendes ni ollas llenas de oro.
La cascada estaba más cerca que nunca, el blanco ocupaba ahora más espacio que el verde en mi campo visual; logré sentarme en alguno de los pocos escalones a donde el agua no llegaba, justo delante de los colores, que tenían una gran cortina de agua como escenografía.
Fue entonces, a poquitos metros del nacimiento de la cascada, donde encontré la vista perfecta, un encuadre inolvidable.
Fue entonces, respirando profundo, cuando me puse a escribir...


30.04.2012
Mist Trail,Yosemite National Park.

Verdes paredes que lloran cortinas blancas de húmeda tranquilidad y violencia sonora,
al horizonte verticalidad y espuma horizontal de agua en todas direcciones,
me moja.

Apuntas al sol de espaldas calor tupido ramaje pelado que quiebras,
la escena de indefensos que sortean la suerte a tus garras,
me entrego.

Niebla de agua que sube y da vida a las rocas vestidas y al aire más puro que corre y recorre caminos surtidos serpientes raíces que inflan el pecho,
exhalo. 


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