domingo, 20 de mayo de 2012

SALÍ A CAMINAR Y SIN QUERERLO ME PERDÍ.

Luego de pasar el día en la cuidad de Kyoto, donde conocí un templo que logró cautivarme y Pablo ya compartió, volvimos al hotel. La noche ya había caído pero no lo suficiente como para cenar o dormir en una cuidad encendida y muy despierta.
Mi grupo se encontraba disperso por los distintos lugares de nuestra “casa” y yo no encontraba como entretenerme dentro de la cápsula, todavía no estaba preparado para pasar un buen rato en la piscina de hidromasajes, desnudo y rodeado de asiáticos en el mismo estado aunque estoy seguro que es algo que voy a probar antes de abandonar Osaka.

Fue entonces cuando tomé lo necesario como para fumar un cigarro y me dirigí a la puerta; aunque podría haber fumado aquí adentro preferí ver pasar locales con todas sus cuestiones antes que uruguayos ya conocidos. Saqué el tabaco, las hojillas, enrollé, le di fuego, una idea llevó a la otra y sin pensarlo demasiado, en determinado momento, me encontraba caminando por los alrededores.

Calles muy angostas pintadas de luces de todos colores, cálidas, adornaban cada uno de los restaurantes, boliches y casas del lugar que se disponían de una forma muy apretada. La vereda y la calle, una sola cosa; era necesario despejar el camino de vez en cuando si a algún auto se le ocurría pasar y en algunas ocasiones ni siquiera cabía.
Gente que va y viene, sonrientes, mantienen diálogos que para mi eran una fuerte lluvia de sonidos musicales, se van apagando lentamente a medida que me alejo, y otros se prenden. Una cuadra tras otra, a cual más pintoresca. Alguna tienda de ropa que continuaba abierta junto a los siempre preparados restaurantes se volcaban sobre las calles convirtiéndolas en largos pasillos dando al entorno un toque de intimidad que no deja de encantarme.



Totalmente distraído con todo lo que sucedía a mi alrededor perdí el rumbo por completo y solo logré realizarme al momento de preguntarme hacia donde debía caminar si quería volver. El agradable clima complotaba con el extraño exotismo del lugar y juntos daban identidad a una cuidad que invitaba a no dormir a cualquiera que allí esté.
Seguí caminando, las calles más angostas eran de mi preferencia a la hora de elegir un camino, sabía que tarde o temprano llegaría a destino, cuando quisiera tenerlo, solo era necesario dejarme llevar.

Cada cuadra se transformaba constantemente y fue así como pude pasar, probablemente, varias veces por el mismo lugar sin notarlo. Todo se prestaba para observar, reflexionar y participar. De a poco fui notando lo increíblemente exótica que puede llegar a a ser una persona y de esa forma, casi sin razonar demasiado, comencé a detenerme en cada uno que se me cruzaba. Lentamente dejé de prestar atención a las calles y edificios, sin tomar alguna referencia de donde estaba o hacia donde iba; continué la caminata que en algún momento tuvo fin y supo ser uno de los momentos que no olvidaré. La gran variedad que veía en gente que humorísticamente pensaba eran iguales me atrapó por completo. Solo caminaba, contemplando, sonriendo, devolviendo toda la amabilidad y simpatía que recibía, cantando por dentro.

Matiolo  

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