Mi grupo se encontraba disperso por los
distintos lugares de nuestra “casa” y yo no encontraba como
entretenerme dentro de la cápsula, todavía no estaba preparado para
pasar un buen rato en la piscina de hidromasajes, desnudo y rodeado
de asiáticos en el mismo estado aunque estoy seguro que es algo que
voy a probar antes de abandonar Osaka.
Fue entonces cuando tomé lo necesario
como para fumar un cigarro y me dirigí a la puerta; aunque podría
haber fumado aquí adentro preferí ver pasar locales con todas sus
cuestiones antes que uruguayos ya conocidos. Saqué el tabaco, las
hojillas, enrollé, le di fuego, una idea llevó a la otra y sin
pensarlo demasiado, en determinado momento, me encontraba caminando
por los alrededores.
Calles muy angostas pintadas de luces
de todos colores, cálidas, adornaban cada uno de los restaurantes,
boliches y casas del lugar que se disponían de una forma muy
apretada. La vereda y la calle, una sola cosa; era necesario despejar
el camino de vez en cuando si a algún auto se le ocurría pasar y en
algunas ocasiones ni siquiera cabía.
Gente que va y viene, sonrientes,
mantienen diálogos que para mi eran una fuerte lluvia de sonidos
musicales, se van apagando lentamente a medida que me alejo, y otros
se prenden. Una cuadra tras otra, a cual más pintoresca. Alguna
tienda de ropa que continuaba abierta junto a los siempre preparados
restaurantes se volcaban sobre las calles convirtiéndolas en largos
pasillos dando al entorno un toque de intimidad que no deja de
encantarme.
Totalmente distraído con todo lo que
sucedía a mi alrededor perdí el rumbo por completo y solo logré
realizarme al momento de preguntarme hacia donde debía caminar si
quería volver. El agradable clima complotaba con el extraño
exotismo del lugar y juntos daban identidad a una cuidad que invitaba
a no dormir a cualquiera que allí esté.
Seguí caminando, las calles más
angostas eran de mi preferencia a la hora de elegir un camino, sabía
que tarde o temprano llegaría a destino, cuando quisiera tenerlo,
solo era necesario dejarme llevar.
Cada cuadra se transformaba
constantemente y fue así como pude pasar, probablemente, varias
veces por el mismo lugar sin notarlo. Todo se prestaba para observar,
reflexionar y participar. De a poco fui notando lo increíblemente
exótica que puede llegar a a ser una persona y de esa forma, casi
sin razonar demasiado, comencé a detenerme en cada uno que se me
cruzaba. Lentamente dejé de prestar atención a las calles y
edificios, sin tomar alguna referencia de donde estaba o hacia donde
iba; continué la caminata que en algún momento tuvo fin y supo ser
uno de los momentos que no olvidaré. La gran variedad que veía en
gente que humorísticamente pensaba eran iguales me atrapó por
completo. Solo caminaba, contemplando, sonriendo, devolviendo toda la
amabilidad y simpatía que recibía, cantando por dentro.
Matiolo
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