miércoles, 23 de mayo de 2012

YOYOGI PARK

Vamos a dejar de lado las innumerables cosas que ocurren en Tokio minuto a minuto, los enormes edificios, las grandes avenidas, la gente que por momentos se aglomera al punto que impresiona y probablemente me agobiaría también si tuviera que pasar el resto de mis días aquí. Quiero simplemente centrarme y sentarme, respirar el particular aroma de la naturaleza de este lugar, me recuerda a mi niñez. En donde las flores se esconden y solo se ve el verde del pasto en degradé al de las hojas de los árboles, pasando claro por el marrón que los separa y genera un quiebre de grandes sombras; es aquí donde el aroma no para de traerme recuerdos. Me siento resfriado, congestionado, mis padres preparan unos yuyos dentro de una olla con agua y me llaman a que respire el vapor que desprende cuando ésta está hirviendo. Esos son los olores cuando las flores se esconden, dan ganas de hacer de cada respiro el más profundo.

Desde el exterior del parque, un gran horizonte verde que ya no es una simple linea y se convierte en una cortina cerrada de verdes que combinan a la perfección, como la camisa que me compré hace unos minutos, de esas cosas que parecieran haber sido concebidas para uno.

Me perdí del resto del grupo hace rato, seré observador hasta que otra cosa sea necesaria.



Lo que desde afuera se cerraba ahora se abre completamente al cruzar el tan mencionado verde umbral e invita a caminar, gritar, saltar, correr y parar. Suenan tambores junto con voces indescifrables, me detengo por unos minutos y puedo apreciar la tradición, la cultura, y se siente muy bien saber que mi pequeño país comparte esas cuestiones, la música y la danza.

Los árboles se separan, no dejan crecer el pasto y generan un mundo de marrones llenos de sombra; aquí es donde el aroma se hace fuerte y el silencio predomina.
Basta con apartarse unos metros y el pasto vuelve a crecer dando vida a una gran cantidad de cuervos y pájaros que aparentemente aprendieron a convivir con las personas, que organizadas en pequeños grupos sobre lonas llevan a cabo numerosas reuniones: comen, beben y juegan, otras simplemente descansan.
Todo es muy pacífico, se respira un clima de respeto tan grande que no creía posible su existencia, o simplemente no conocía. Pese a la vergüenza que caracteriza a la gente de estos lugares, las interacciones son fluidas y constantes, reina la solidaridad y los sonidos relajantes.
Aquí parece no existir el stress, o por lo menos queda del otro lado de la cortina.

El agua también tiene su lugar y se dispone en forma de lagos al centro del parque. Pequeñas riveras de hormigón dan lugar e invitan a la gente a arrimarse, todos los lugares están ocupados. Largos chorros de agua se elevan hasta el cielo gris y agregan placenteros sonidos al ambiente convirtiendo lagos en fuentes de aspecto natural, esta vez no se tiran monedas.

Ahora me encuentro sentado al borde de un camino lleno de curvas, donde los picnics se hacen escasos e infinidad de niños aprenden a andar en bicicleta. Instruidos por sus padres, el clima se vuelve mucho más lúdico, los gritos y las risas llenan el lugar de infancia dejando a los adultos en sus pequeñas reuniones al costado del camino. De vez en cuando, alguna bocina de bicicleta irrumpe y colabora. De vez en cuando, todo esto es necesario.

Es difícil avanzar unos pasos y no detenerse a intentar describir los alrededores, todo es muy cambiante. En algún lugar del parque que no sabría dar referencias, el paisaje es muy diferente.
Pequeños jardines llenos de flores dan color a las multitudes que aquí se concentran e intentan, con ropas muy coloridas, aportar a la psicodelia.
Ahora la música suena mucho más alto, grupos de personas se reúnen con una gran variedad de instrumentos percutivos haciendo que algunos bailen y otros, muy buenos malabaristas, improvisen con objetos muy creativos. Aquí la naturaleza queda relegada y al parecer lo primordial es la comunión. La tranquilidad que el parque presentaba en su extremo Norte es contrapuesta de manera violenta aunque no deja de ser disfrutable.

Matiolo

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